Abrid el pecho al corazón, hermanos,
que el corazón se encienda a cada hora,
que se cubra de sol dando a la aurora
Que el corazón trabaje, que sonría
saliendo humildemente a ser un hombre,
que tenga en su destino un nuevo nombre,
un nuevo signo en el umbral del día.
Dejadle ser un árbol; que resuene
por dentro como grano en sembradura,
fruto resplandeciente que madura
la amanecida unción de lo que viene.
Dejadle ser un hombre, simplemente,
con vocación de pámpano y arado,
sobre su propia luz atrincherado,
grano de surco, amigo de la gente.
Que pueda el corazón ser lo que quiera,
preñado vientre o llama enardecida,
fertilizante avena de la vida,
color de naranjal de una pradera.
Venablo hiriente, cerbatana, lanza
zigzagueante en el alcor del cielo,
resplandor avizor llevando en vuelo
la progenie de pan de la esperanza.
Dejadle hacer al corazón, que cante
con un collar de fuego en la garganta,
como un brillante soplo que levanta
vuestra triste raíz de arena errante.
Que pueda el corazón ser lo que quiera,
un hombre enamorado simplemente,
¡pero un hombre de pueblo, sonriente,
que aprendió a fecundar su sementera!
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